
Los incendios forestales son uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el medio rural: afectan gravemente a la biodiversidad, a la conservación de los suelos y a la prosperidad de la población.
La existencia de grandes masas continuas de arbolado monoespecífico y escasamente gestionado, el crecimiento del sotobosque y la acumulación de materia vegetal por la falta de explotación del monte, junto al aumento de temperaturas y el estrés hídrico generados por el cambio climático convierten muchos de nuestros montes en un polvorín dispuesto a arder con facilidad. La falta de rentabilidad de los cultivos forestales, la despoblación y el abandono de actividades tradicionales como la ganadería son elementos socioeconómicos que contribuyen a empeorar la situación.
Año tras año han ido aumentando las inversiones en extinción, pero este esfuerzo material y económico no basta para contener el fuego. Gracias al despliegue de medios de extinción es posible atajar muchos pequeños incendios, pero cuando se dan las condiciones meteorológicas y de situación apropiadas, se generan los llamados grandes incendios forestales (GIF), que ningún medio es capaz de contener.
En España y países vecinos, como Portugal, han ido aumentado este tipo de siniestros, que causan graves pérdidas humanas y económicas. Ante las condiciones físicas actuales del territorio y las perspectivas que plantea el cambio climático, la extinción, por tanto, no es suficiente. Es esencial potenciar también las medidas de prevención, que se realizan durante todo el año y en el marco de estrategias de planificación territorial a largo plazo. En esa línea, es fundamental potenciar una gestión del monte que aumente la diversidad de especies y la complejidad espacial y de usos del mismo. Recuperar paisajes en mosaico, habitados, productivos y multifuncionales es la mejor herramienta para prevenir los fuegos y, al mismo tiempo, generar desarrollo rural. |